20120218

Blablablabla


Empecemos por esto: todos vivimos días que tendemos a olvidar.

Jaime está sentado enfrente del monitor, sus pensamientos vagos se cofunden entre sí, parecería que está en su sueño, no soñando, viviendo en su sueño. Jaime despierta, verse soñado lo despierta, su racionalidad lo despierta.
Jaime recuerda, se ausenta, trata de incorporarse a la vida, se levanta por lo que parece ser una cerveza, se sienta enfrente del monitor, recuerda mientras logra divisar una grieta en la blanca pared. Piensa que alguien vive ahí en la grieta de la pared. Deja la idea por absurda y la olvida.
Jaime ve la hora, está impaciente, no espera a nadie y nadie lo espera en el futuro, pero se impacienta, piensa que entre más rápido corra el tiempo los pensamientos absurdos como este desaparecerán. Piensa otra vez en lo erróneo de la idea: “que el tiempo vaya más rápido”, le da vueltas. Entonces observa la esquina del techo y digiere el presente. No puede trascender el presente. Es pesado y  se le atora en la mente.
Jaime escribe, borra, escribe. Jaime abre un libro en alguna página al azar, lee: “No es que esto sea malo de por sí”, sonríe.
Jaime ve la pared, ve el monitor y deja de escribir esto.

Optemos por lo segundo: lo alterno.

Francisco va a la tienda, se piensa otra vida en el transcurso de su casa a la tienda, piensa que mientras esté caminando puede vivir su fantasía de tener otra vida: quizá comprar otras cosas que ya no necesita porque ya es otra persona, quizá comprar cloro para limpiar la cochera de su nueva casa donde tiene un coche igual de viejo y jodido que su coche de su antigua vida.
Francisco se inventa un nuevo contexto, piensa que esa cicatriz en los nudillos de su mano no lo ocasionó un desafortunado golpe en un vidrio como realmente fue, piensa que fue en una pelea, en una pelea de su nueva vida inventada, una pelea juvenil, de esas de jóvenes borrachos. Francisco se siente orgulloso y tonto por su vieja cicatriz en su nueva vida. Francisco llega a la tienda y pide exactamente lo que necesita él y no su fantasía.
Francisco regresa a su casa, se deprime porque su vida, la misma de siempre, la espera.  Francisco abre la puerta de su vieja casa y desconcertadamente piensa que tuvo que haber comprado el cloro para su nueva vida, su nueva cochera es un desastre.


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